'El tesoro de los franceses' es una buena novela histórica, honesta, en la que el autor ofrece toda clase explicaciones sobre el cómo, el cuándo y el porqué de los hechos y las circunstancias del momento.
(José Calvo Poyato, historiador, escritor y académico).


       
Puedes descargarte la novela también en versión francesa
(traducción por Dorothée Jenot). Ver detalles al margen


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Presentación del libro en la antigua sede de la compañía francesa
Société Minière et Métallurgique de Peñarroya (SMMP) en Peñarroya-Pueblonuevo.





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(Francisco de Goya: Los desastres de la guerra)

Mi cadáver se encuentra colgado boca abajo, atado por los tobillos en una fuerte rama de encina, al lado del cauce reseco del Fresnedoso, un arroyo cercano a la villa cordobesa de Belmez donde estaba mi guarnición hasta ayer mismo. Como mandan los cánones de esta guerra calurosa, reseca, polvorienta e inútil, desde mi vientre abierto en canal pende sobre mi pecho y mi rostro un amasijo formado por mis propias vísceras, que ya se han hinchado y se encuentran cubiertas de moscas. En las horas que llevo aquí ya he aprendido que las moscas y otros insectos prefieren comenzar su tarea devorando ojos, encías y lengua. Otros bichos más osados llegan a penetrar por los profundos intersticios de la cabeza para dar cuenta del cerebro y de las mucosas que hallan a su paso. No estoy solo sirviendo de manjar en este festín involuntario, otros seis compañeros de armas me acompañan en tan innoble postura. Debe de representar un buen banquete para pegajosas, bárbaras e incultas moscas españolas esto de degustar los exquisitos tejidos humanos de siete aguerridos miembros de la primera compañía, segundo batallón, de uno de los hasta ahora gloriosos regimientos de infantería de línea que el Emperador Napoleón había destacado en tierra andaluza. 


(Inicio de la novela "El tesoro de los franceses").










El último día de este caluroso agosto de 1812 nos pillaron por sorpresa unas avanzadillas guerrilleras de las fuerzas hispano-inglesas del barón Schepeler, que había sido enviado por el general Hill a todo correr desde el sur de Extremadura para presentarnos batalla. Nuestro plan consistía en haber aguantado un poco en Belmez –en cuyo castillo llevábamos dos años acantonados y acantinados- para cubrir la retirada del Quinto cuerpo de ejército del Emperador hacia Córdoba, y luego, reagrupados con el grueso de las tropas que le quedaban al mariscal Soult, largarnos hacia Francia por levante o por donde nos dejaran. Pero el tal Schepeler nos tendió una trampa en la que caímos como principiantes y que más tardé les contaré.


                                                                                                                     (Fragmento de la novela)









Desde nuestra posición escuchábamos los gritos, los relinchos de los caballos, las órdenes que volaban por el aire desde Belmez. Cuando ya casi alcanzábamos el cauce del río Guadiato, seco como el resto de la tierra circundante a consecuencia de un verano agotador, llegó a nuestros oídos un gran estrépito que el teniente identificó como el despeñamiento de tres o cuatro cañones de los que estaban emplazados en el castillo. 

(Fragmento de la novela)







Al llegar al pueblo, el coronel mandó a cuatro de los cinco regimientos bajo su mando ocupar la calle principal, los accesos al castillo y cierta plaza ancha y despejada que se halla cerca del camino que conduce hacia el río Guadiato. Los efectivos de la mitad del otro regimiento fueron a tomar posesión del castillo; entre la oficialidad de éste se encontraba el teniente Payet, un parisino valiente, vividor y aventurero que fue el principal causante de que acabáramos como hemos acabado.
El coronel D’Alex y su estado mayor reclamaron la presencia del alcalde, al que tuvimos que esperar casi diez minutos formados bajo el sol. Suponíamos erróneamente que estaría durmiendo la siesta, pero la realidad era bien distinta; el alcalde se había tomado su tiempo para acicalarse y vestirse impecablemente. Se presentó ante nosotros en compañía de una cincuentena de vecinos, armados con simples bastones, que echaban chispas por los ojos.
La escena fue rápida y transcurrió bajo un calor egipcio. Nuestro coronel, sin bajarse del caballo, estuvo parco en palabras, mandón y desagradable, sin duda a consecuencia del cansancio de la larga marcha. Su aspecto sudoroso y lamentable contrastaba con el de aquel orgulloso campesino recién bañado. El alcalde, alto y de gesto altanero, se mantuvo atento, pero aparentando demostrar cierto despego, a la traducción que hacía el capitán Desherbes de las palabras del coronel D’Alex. Éste le preguntó al alcalde su nombre sólo al final de la perorata.

-Me llamo Don Juan de la Barrera y Caro, y quiero que sepa que la villa de Belmez no le da la bienvenida ni a usted ni a su gente invasora –dijo aquel orgulloso campesino-.

(Fragmento de la novela)



 Reme era la cantinera de unos de los colmados que existían en las últimas calles de la villa ya cerca del acceso al castillo; calles empinadas pero no muy estrechas y siempre limpias.

(Fragmento de la novela)






Posteriormente reparamos los accesos, adoquinamos la única senda que bajaba al pueblo y edificamos pretiles a todo lo largo de la misma para evitar que las carretas de aprovisionamiento cayeran al vacío por accidente. Día tras día nuestro cuartel se adecentaba y, a la vez que nuestra obra nos reconciliaba con el hecho no deseado de tener que estar allí, casi aislados, nos iba ofreciendo una mayor sensación de seguridad y comodidad. Finalmente, levantamos las partes de la muralla más ruinosas; almenamos buena parte del contorno, construimos un camino de ronda tras las almenas en aquellos tramos donde la estructura lo permitía, abrimos un matacán al sur para vigilar mejor la población y los campos de labor, e incluso el coronel dispuso que, a falta de torre albarrana que sirviera de depósito para el polvorín o de complemento de defensivo, reestructurásemos en lo posible para tal fin la única torre circular de la muralla. Por último, el coronel D’Alex ordenó que donde la senda entroncaba con la primera calle del pueblo se edificara una especie de puerta de palenque y una pequeña barbacana circular para guarecer un exiguo destacamento de vigilancia y control del acceso de hombres y mercancías al castillo.
(Fragmento de la novela)






La muchacha se quedó pensativa y ausente durante un momento.
-Es lo que suponía. Así que es verdad -dijo para sí misma-. ¿Sabéis qué dirección toma esa galería?
-Va al noroeste, según hemos sabido. El capitán ingeniero ha realizado algunos cálculos y parece ser que sigue una trayectoria bastante derecha hacia el roquedal que cobija el caserío de Peñarroya, a una distancia de legua y media de posta, pero no sabemos la longitud exacta del túnel –expliqué-.
(Fragmento de la novela)


Ejemplos de lucha a caballo y armas utilizadas


Cosas se han escrito sobre el sable llamado "latte" de los coraceros a caballo napoleónicos. En cierta ocasión asistí a una discusión interesante entre Pérez-reverte y un amigo especialista en la que éste defendía que se trataba de un arma rectilínea y muy larga, en contra de la creencia extendida de que era curva.
En realidad, ambos tenían razón. Todo depende de la época, y a veces ambos modelos convivieron en el ejército.
En "El tesoro de los franceses" hago aparecer, al final, una "latte" en manos de un guerrillero. Tras documentarme concienzudamente me incliné por la forma rectilínea, ya que este arma venía a suplantar en los ejércitos a caballo de esa época a la lanza. La caballería pesada necesitaba un arma más bien larga (no tanto como una lanza) para utilizarla atacando de "estoque" (es decir, de punta). Su efectividad venía dada por el peso y la inercia de un jinete pesado lanzado a la carga.
La "latte", somo otros sables, sólo tenía un filo cortante. Su uso en el mandoble se reveló más ágil y útil en la caballería francesa y prusiana que en la inglesa, por ejemplo.
Esta y otras curiosidades puedes encontrarlas en mi novela "El tesoro de los franceses". Disponible en amazon.es por 1'02€.

En esta página (en francés) se ven muchos ejemplos e imágenes sobre el uso de la "latte" rectilínea y se documenta la discusión sobre la conveniencia de arma recta / arma curva.